He pasado el fin de semana en las instalaciones de Byoona Amagara en el lago Bunyonyi. Bueno, debería decir que he pasado el fin de semana yendo a y viniendo de allí, porque estar, lo que se dice estar, estuve en la isla desde el anochecer del sábado hasta la una del mediodía del domingo. Byoona Amagara es un pacífico y bien mantenido lugar de retiro, que funciona de modo ecológico y además es socialmente responsable.
Las vistas desde la zona alta del lago son fabulosas. El tiempo no permitió disfrutar mucho, pero se le ven las posibilidades. El sitio desde el que tomé la foto se nos iba mucho de presupuesto pero llegamos justo cuando empezaba a llover y nos dejaron refugiarnos un rato, suficiente para hacer algunas fotos.
Para llegar a la isla tomamos un “taxi”, un matatu, el coche del amigo de una amiga de una amiga, y una canoa. A la vuelta optamos por la barca a motor, un taxi (casi casi como los verdad), otro matatu y de nuevo un “taxi”.
El “taxi” es un coche sobrecargado que cubre distancias medias (a menudo la misma ruta arriba y abajo) y deja y recoge gente por el camino. Tuvimos la suerte de que el nuestro se quedara sin gasolina a pocos kilómetros de nuestro destino y el conductor tuvo que tomar un boda, la versión con dos ruedas del taxi, para ir a por gasolina a la gasolinera más cercana. Los “taxis” suelen estar en zonas concretas de la ciudad y entre el conductor y los dos o tres colegas que revolotean alrededor gritando el destino final y empujando gente para conseguir llenarlo, uno ha de ir con cuidado de no meterse en el que no toca.
Los bodas me recuerdan a las motoretas que usaban los hombres en el pueblo. Aquí los hay a cientos, todo el mundo las usa, y en ellas se transporta prácticamente de todo, incluso ataúdes (espero que fuese vacío…).
El matatu es una furgoneta sobrecargada hasta límites inimaginables, tanto que me tuvo un buen rato pensando muy seriamente en las posibilidades de este país de llegar a alguna parte si no empiezan a respetarse un poquito más a sí mismos. No consigo entender cómo siguen funcionando. El increible número de pasajeros, la penosa carretera, las paradas continuas, los enormes bultos en la baca, no tiene ningún sentido. No dejaba de pensar que aquello se iba a partir en dos en cualquier momento. Pero no lo hizo, y probablemente todavía anda arriba y abajo en la misma ruta, cargando y descargando gente como si fueran ovejas. Empiezo a pensar que los animales llevan mejor vida que las personas por estas tierras. Con tanta lluvia, la comida no les falta, y no los veo poniendo una vaca encima de otra para llevarlas a la ciudad de al lado. De hecho, no creo que las muevan.
Yo iba en la segunda fila de pasajeros (al frente, delante de la reja, iban el conductor y dos pasajeros). Detrás de mí había dos filas más. En cada una de ellas iba más gente de la que el diseñador de semejante trasto había planeado poner. Ninguno de los pasajeros osó abrir la boca, ni siquiera pestañear, cuando el segundo conductor que también hacía las veces de recaudador les decía (ordenaba) que se apretujaran, que ahí cabía uno (o dos, o tres) más. Donde fueres haz como vieres: yo no me quejé, no abiertamente al menos, pero nos reimos, nos reimos mucho, simple y llanamente no nos lo podíamos creer.
El trozo en coche fue… no sé muy bien qué decir. Después del tramo en matatu fue agradable sentarse en un coche con el número adecuado de personas dentro. Era un 4x4 potente y en buenas condiciones, así que los baches eran incómodos pero nada más. La sorpresa vendría del otro lado de la ventana. Ver críos (y mujeres) machacar piedras con martillos que eran casi más grandes que ellos junto a la carretera no era algo que estaba preparada para digerir de camino a una remota zona turística en medio de ninguna parte. No es que este sea un país de contrastes: todo es polvoriento, todo está medio roto, nada es lujoso, pero algunos viven peor que otros. Aquí en Ishaka el hospital y la escuela de medicina mantienen los negocios en marcha y parece que todo el mundo se lleva su parte. Salir del huevo fue toda una experiencia. Supongo que vi el lugar que vine a ver. Nuestro día a día ha caido de algún modo en la rutina y todo parece muy normal, pero estoy en África al fin y al cabo.
Algunos andábamos más relajados que otros en la canoa, pero todos nos divertimos.
El viaje en canoa fue muy agradable salvo, supongo, para el par de hidrofóbicos del grupo. Llegamos a ver la bruma subiendo desde la superficie del lago al atardecer y llegamos a la isla con luz suficiente para ver nuestros pasos. Comimos, como decía antes, como reyes. Eran más lentos que el caballo del malo, eso es verdad, pero un poco de té africano nos ayudó a mantenernos calientes mientras los más valientes cantaban al ritmo de la guitarra española (tocada por un alemán). Por la mañana disfrutamos de la avifauna del lugar mientras desayunábamos de maravilla en un rincón encantador con vistas al lago. Nos dimos un agradable paseo y medio nos perdimos, pero el sitio es pequeño así que pronto estábamos de vuelta y listos para empezar la odisea de nuevo.
Aquí la gente tiene mucho sentido del humor [hacia acá, hacia allá].
Cuando llegamos al hotel fue duro volver a mirar el mismo menú de nuevo. Llevo días pensando en escribir sobre la variedad en ese aspecto. Lo haré pronto. Esa entrada no será tan larga como esta.
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