miércoles, 14 de diciembre de 2011

Un imprevisto

Apenas un par de días llevaba en casa cuando abrí el correo y vi que dos días después (hoy) volvería a coger un avión. Acabo de llegar a Lisboa. Para introducir un poco de variedad en mi tourné, ha llovido hace muy poquito, las calles están mojadas y bajo los árboles aún llueve. Es difícil darse cuenta de que he cruzado la frontera: nadie ha mirado mi pasaporte cuando he llegado, hay anuncios del Corte Inglés por todas partes y llevaba el cambio justo en mi monedero para pagar el autobús, sin cambios, sin comisiones, sin líos.

A veces me da la sensación de que mi vida es un chiste mal contado… Guiño

domingo, 4 de diciembre de 2011

Y en Londres hace un frío que pela

Ya estoy en tierras europeas. He asomado la nariz al aire inglés por un minuto y se me ha quedado tiesa, y eso que me he puesto tantas capas como tenía disponibles en la mochila.

A pesar del retraso inicial por una disconformidad en el papeleo de la que no nos han dado detalles, hemos llegado poco después de la hora prevista (hemos debido quemar un poco más de combustible del acostumbrado). El paso por inmigración ha sido bastante rápido, imagino que ayudado por el hecho de que no eran ni las seis de la mañana. Como el mundo es muy pequeño y el calendario no parece tener suficientes días, da la casualidad de que una amiga de mis tiempos en la isla sale de esta misma terminal dentro de unas horas, así que me he sentado junto a las ventanillas de facturación, entre los que esperan para iniciar su viaje, para esperarla y desayunar con ella antes de irme a Cambridge.

Hace más de dos años, desde el verano de 2009, que no piso esa pequeña ciudad que alberga una de las mejores universidades del mundo desde hace la friolera de ochocientos años. Hace más de tres años, desde finales del verano de 2008 si no recuerdo mal, que no nos reunimos los que estos días nos vamos a juntar alrededor del río Cam. Dejar África, a pesar del cansancio acumulado, se hace difícil de asimilar – tiempo habrá de ver cuánta cola trae este viaje – pero la perspectiva de encontrar a tan queridos amigos ha suavizado enormemente el salto. Hace cuatro días lidiaba con los cortes en el suministro eléctrico que son tan rutinarios en Jinja y me agarraba a los barrotes de la camioneta que nos transportaba a la escuela a pintar paredes para unos niños que no han visto un ordenador en su vida. Ahora mismo estoy rodeada de terminales de auto-facturación, monitores de información y paneles de anuncios con más iluminación artificial de la que ven todas las calles de Jinja juntas cualquier noche del año, en la calle a mis espaldas los taxis de alta gama dejan a los pasajeros que se pueden permitir ese lujo y en el piso de abajo los que no tienen o quieren gastarse tanto parné pueden elegir entre metro, tren y autobús, todos ellos dotados con niveles de calidad y comodidad con los que ni siquiera sueñan en las latitudes que me hospedaban hasta ayer. Como decía, un salto.

Es Navidad en Heathrow y me envuelve un agradable sentimiento de familiaridad. Se está comodo y, más allá de mantener el equipaje cerca para que los de seguridad no declaren el estado de alarma, no hay que preocuparse mucho de los trastos. En momentos como este siempre me vienen a la cabeza las palabras de una amiga que ya hace tiempo me decía que hablaba de aviones como si se tratase de autobuses urbanos. Hace ya unos cinco años que el avión es el medio de transporte más común en mis desplazamientos cuando viajo. Cuando era pequeña, los lugares y personas de mi mundo estaban separados por muchas horas de carretera, bastante mala en su mayor parte. Ahora, gracias al dinero de Europa y al sacrificio de muchos españoles, por mucho que alemanes y franceses se empeñen en contar solo su parte, aquellos “viajes” son ahora cómodas visitas en las que el trayecto es mero trámite. A mí el mapa se me ha quedado pequeño. Ahora para ver a personas muy queridas tengo que recorrer distancias que por tierra no serían factibles y cada vez que como en esta ocasión saco la mochila a pasear, el nómada que hay en mí crece un poco más y amplía la lista de lugares por los que desea transitar. Solo transitar.

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- La felicidad es una nueva dirección -

En inglés address hace referencia a la dirección postal, no se da la ambigüedad del castellano, pero como yo también soy ambigüa, casi que hasta me gusta el cambio de sentido con la traducción.

viernes, 2 de diciembre de 2011

En Kenia también llueve

Ya crucé a Kenia y aquí también llueve cada dos por tres…

Las carreteras parecían mejores pero, je, puro espejismo. El autobús sí era un poco mejor; al menos solo había cuatro asientos por fila y se podían reclinar y todo (todos menos el mío, que soy de un afortunado que asusta). Tras espantar en la frontera a saltamontes, cambiadores de divisas y niños y no tan niños pidiendo cuanto se les ocurría que podía llevar encima, y dar cuatro cabezadas en las zonas en que la carretera no era un contínuo de bandas sonoras a base de baches, llegué a Nairobi y me las apañé para encontrar el autobús a Karen sin que siquiera intentaran atracarme. No es mal comienzo. Karen es el barrio, o un suburbio, como los llaman ahora, que se formó en los alrededores de lo que fue la granja donde Karen Blixen vivió los años que relató con una narrativa deliciosa en Memorias de África. Está lleno de mansiones rodeadas de setos tan altos que no dejan atisbar qué se esconde dentro y, en las ocasiones en que se ve algo, es porque el jardín es tan grande que la seguridad está reforzada más allá de lo que alcanza la vista. Gente adinerada con cochazos arriba y abajo llevando a los niños a saber dónde y locales encargándose de la jardinería, guardar las puertas y cuidar los caballos, ese es básicamente el paisaje de este extraño sitio. Muchos de los que conducen los cochazos son blancos. Por lo que se ve son descendientes de los colonos británicos, así que probablemente lleven ya tres o cuatro generaciones por aquí. También los hay que no son blancos y parecen igual de adinerados. Me da que esto es como Las Rozas, aunque yo diría que exagerado por la forma en que se estructura el terreno. La seguridad y las formas en algunas parcelas olían a político que echaban para atrás.

En fin, que yo aquí vine a dos cosas: una, a ver el Museo Karen Blixen y dos, a tomar el vuelo a Londres desde Nairobi. El museo, por si hace falta decirlo, me encantó. La casa de los barones Blixen ya no tiene los taitantos acres que la rodeaban y ya no llega a los pies de las colinas Ngong (que ya de paso, me he enterado de que significa nudillos – y el perfil merece el nombre – ) pero a pesar de las calles, los coches, y la cantante que desafinaba desde el recinto de al lado, sigue siendo un encanto y es fácil imaginar cómo un alma creativa como la escritora, pintora, contadora de historias que era Karen Blixen se enamoró de aquel lugar. El rápido paseo guiado por la casa fue suficiente para recrear en mi mente las imágenes de la película, mezclar los gestos de Meryl Streep con los retratos de la Karen real que abundan en el museo, y verme allí sentada a la mesa escuchando las historias con las que embelesaba a sus invitados, o acompañándola mientras hacía las cuentas con los trabajadores de la granja. Pasé un buen rato sentada en un banco en el jardín escribiendo – ¡hasta que se me acabó el papel! - y contemplando el lugar, y me di el placer de sentarme en el porche, en un banco más pensado para el guarda que para los turistas, y mirar hacia el jardín escuchando la música que venía del gramófono… Vale, eso solo estaba en mi cabeza, pero si has visto la peli sabes de qué estoy hablando.

Por el camino al museo visité Kazuri, la fábrica de piedrecitas de cerámica para colgantes y demás complementos que provee de cosas pequeñas y bonitas – que es el significado de kazuri en Swahili - al mismísimo Harrods entre otros (donde las venden a cuatro o cinco veces su precio en Kenia, claro, y eso que aquí ya están por encima de lo habitual). También hacen figuras de porcelana, todo preparado y decorado a mano, aunque en muchas de las cosas “hacen trampa” usando moldes en lugar de modelado a mano. Aún así llevan mucho trabajo, así que acepto barco como animal acuático. La fábrica la empezó en 1975 una pareja británica – bueno, la principal implicada fue la mujer - con la intención de dar trabajo y formación en el oficio a personas necesitadas. Hoy en día la mayor parte del cuerpo de empleados son madres que crían a sus hijos sin la ayuda de una pareja.

La visita a Karen fue tranquila, y el día de hoy lo he pasado viniendo a o estando en el aeropuerto. Me he levantado tranquilamente, eso sí, y he tardado como una hora en meterlo todo a la mochila. No ha estado tan bien empaquetada en todo el viaje. Menos mal, porque bajando del primer autobús, el que me llevaba de Karen a Nairobi, si llego a estirar de la mano que me abría los bolsillos esos que quedan en la cintura en la mochila, el pendejo manos ligeras hubiese bajado las escaleras con los dientes. Se ha librado porque el reflejo ha sido espantar la mano y recuperar el gobierno de los bolsillos. Las pilas y el cargador del móvil, o no le han parecido útiles, o no le ha dado tiempo a agarrarlos. No ha sido agradable, pero en esos bolsillos ya han intentado meter la mano otros mucho más cerca de casa, así que no ha sido una sorpresa ver lo que nos parecemos alrededor del globo, incluso en las malas artes. En el autobús al aeropuerto, pese a los malos augurios de la Lonely Planet, no ha habido más intentos. Ir hasta la última parada donde todo el mundo se baja y esperarme a ser la última ha debido ayudar, aunque para evitar tentaciones he dejado los bolsillos vacíos y abiertos, he cubierto la mochila con el impermeable para hacer más difícil aún meter la mano, y a la mochila pequeña, a la que he ido literalmente abrazada todo el día, le he añadido la seguridad de un pequeño candado. Cuando llegué en el autobús desde Jinja, Nairobi me dió mejor impresión que Kampala (aunque eso no es difícil), pero el caos del tráfico en un jueves a las 2, el penoso estado de la “carretera” al aeropuerto internacional y el escenario a los lados de semejante via de comunicación con el mundo, me dejan con la sensación de que, siendo como es el centro de negocios de África del Este, aún tiene un largo camino que recorrer para ser un punto de bienvenida, aunque solo sea al dinero del mundo.