Son las dos de la mañana, martes ya, y tengo los ojos como
platos. Ha sido un fin de semana largo con motivo de la Pascua. Como es
habitual, tenía intención de trabajar bastante más de lo que lo he hecho, pero
al final se puede decir que de los cuatro días, tres no he pegado ni chapa. Este
fin de semana he sido poco más que una relajada ama de casa – solo un control
rutinario, que ya bastante paliza me pegué la semana pasada –, una lectora
obsesiva compulsiva – me he leído el primer libro de la triogía
Millenium en menos de 48 horas – y un patético esbozo de deportista –
cuatro abdominales y ya tengo agujetas, qué desastre.
Las horas han pasado despacio pero a ritmo constante. Nos ha
caído encima más de un aguacero y me avisan de que llega la estación lluviosa.
El sábado creo que fue el día que se pasó entero que si ahora llueve un poco
que si ahora llueve más y gran parte del día no tuvimos luz. Ayer, digo, el
domingo, cayó una tromba de agua de las buenas – sorprendentemente la luz
aguantó – y eclosionaron todos los capullos de bichos camicaces que viven apenas
unas horas: salen, vuelan un poco, si tienen suerte se aparean, pierden las alas
y pasan sus últimos minutos como miserables arrastrándose. O algo así. Tengo que
enterarme bien de qué son y os lo cuento. Os pondré una foto también de cómo me
dejan la escalera. Hoy ya la he barrido, pero intentaré acordarme la próxima vez
para que veáis el estropicio que montan. Parece un otoño exprés pero
con alas de insecto en lugar de hojas de árbol.
Aparte de los insectos, había una vaca algo inquieta estos días
que no dejaba de llamar a alguien. Alguien no acudía, pero ella seguía
insistiendo… Los pájaros también han estado moviditos, quizá por la
lluvia, quizá porque han tenido este fin de semana más competencia a la hora de
poner la música ambiental. Ha habido muchas celebraciones estos días, más de las
que recuerdo como preceptivas, y aquí las misas son, por decirlo de algún modo,
un escándalo de gritos y cantos con micrófono a todo volumen.
Hoy íbamos a tener comida española en mi casa pero como sigo
con los fogones estropeados la hemos cambiado por una comida nigeriana en casa
de mi vecino. Estoy segura de que hemos salido ganando porque él es mucho mejor
cocinero que yo. Ha hecho un pollo con salsa de zanahorias que estaba riquísimo,
pero me voy a tener que ir acostumbrando a las especias… jaja, cuando ha echado
el picante en la cocina hemos tenido que abrir el balcón, ¡casi nos ahogamos en
el salón! Luego no estaba muy fuerte, pero para una cobarde como yo ha sido un
reto y he tenido que rebajar la salsa con mucho arroz. Con tanto arroz y tanto
picante me he puesto de beber como los patos, pero a base de Coca-cola,
que era lo que he empezado a tomar y ahora me arrepiento de no haber cambiado
por el zumo o la naranjada.
En fin, que aquí estoy, con sueño pero con los párpados que no
caen. Si al menos me vinieran a la cabeza las cuatro ideas que me falta plasmar
en el documento de fundación del Instituto… Ese era el trabajo que me había
puesto para este fin de semana, y lo tengo casi acabado, pero hay un par de
cosas a las que no acabo de dar forma. Mañana estreno mi despacho y en cuanto me
siente lo acabo.
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