Llegué al aeropuerto de Entebbe a la hora prevista después de agarrar de milagro la última conexión en Nairobi. Menos mal que es un aeropuerto pequeño porque yo no podía correr más por el estrecho pasillo semicircular de NBO.
Como era de esperar, y pese a que cuando preguntas siempre te dicen que están en ello, mis maletas no llegaron al último avión. Cuando llegué a Entebbe y crucé la frontera tras el correspondiente pago del visado, mis temores se hicieron realidad y, por mucho que me quedé mirando la cinta transportadora, la mochila que tan poco me gusta llevar (demasiado grande para un caracol) y la maletita coja que tantos kilómetros ha hecho conmigo no aparecieron. Dijeron que llegarían en el primer avión de la mañana, hasta me llamaron por la mañana para preguntarme la dirección de entrega. Diez minutos después llamaron para decir que no habían llegado, que había de esperar hasta la noche. Otro día más en la locura de Kampala.
Cuando llegué me recibieron dos caras conocidas, un estudiante y un profesor con los que pasé muchas horas en aquellas tres semanas de octubre que ahora parecen tan lejanas. Fue agradable encontrarlos y poder bajar la guardia pese a no tener más ropa que la puesta - no se puede cambiar de estrategia a última hora y esperar hacer el equipaje bien. En el hotel de la primera noche internet no funcionaba. No habían pasado ni veinticuatro horas y ya estaba sintiendo el mono. Eché de menos tener un smartphone para poder comunicarme con el mundo. Todo llegará; ¡en EEUU tardé casi un año en tener teléfono!
Tras saber que deberíamos esperar hasta el día siguiente a que llegara mi equipaje pasamos unas cuantas horas de compras ya que en Kampala se encuentran más cosas y a mejor precio que en la pequeña Ishaka. Adquirí la mayoría de los básicos para la casa, lo mismo que semanas antes había vendido en aquel otro continente que querría haber dejado más definitivamente. Comprar cosas no es barato en estas tierras, los precios no se ajustan en absoluto al poder adquisitivo de la población general que vive con uno o dos dólares diarios (que no cunda el pánico que el personal universitario vive con bastante más que eso). Claro que todo viene de los mismos sitios que lo que se encuentra en cualquier super occidental, de China fundamentalmente, y en el caso de los utensilios de cocina que más se asemejan a lo que una mediterránea querría tener en casa, de Italia. De nuevo venden lo que podríamos vender nosotros, incluido el aceite. Si no tuviera amigos italianos a los que adoro ya le habría cogido manía a ese país, por mucho que su lengua me embelese y sus ciudades y paisajes me enamoren.
El equipaje llegó al hotel a medianoche, cosa que causó risas y alusiones al color de mi piel a la mañana siguiente. No fue la primera ni la última vez que durante el viaje me trataron de manera diferente por ser musungu. Fue más duro ver que, al entrar al supermercado, a mis dos compañeros, vestidos de traje, les pasaban el detector de metales y a mí, que llevaba los mismos vaqueros y camiseta que salieron de España conmigo día y medio antes, nada, apenas me miraron. Lo de que la guardia de tráfico no nos parara porque me vieron a mí me pareció una broma de mis compañeros de viaje, pero yo ya no sé nada… Esto de ser tan obvia me va a costar, eso ya lo sabía antes de venir. Espero que a fuerza de verme la gente de Ishaka se acostumbre y no necesiten mirarme de arriba a abajo cuando paso a su lado, y que los bodas se acostumbren a que los diez minutos que separan mi casa del trabajo los quiero hacer andando salvo que las circunstancias aconsejen motorizarse.
Llegué a Ishaka y me instalé en la casa más grande que he tenido nunca: dos habitaciones, salón, cocina y dos baños ¡Ah! Y dos terrazas. La paliza de limpiar que me he pegado este fin de semana me reafirma en la convicción de que yo, cuando sea mayor, quiero un sitio pequeñito y fácil de manejar. Menos mal que no estaba mal del todo, pero aún así necesitaba un buen barrido y posterior fregoteo. Ya está todo en su sitio, y hay más espacio libre que ocupado. Me falla la pila de la cocina, que en vez de tragar escupe hacia abajo, y la cocina, que la pedí de gas y no solo es eléctrica sino que la mitad de los fogones están inutilizables, pero saldremos de esta. Ya hay un muchacho peleándose con las tuberías y parece que el agua caliente ha ganado un poco de presión con el uso y ahora ya sube hasta la ducha en el baño de mi habitación que es el que tiene una pequeña pared que evita que monte un estropicio cada vez que me ducho. Everything will fall into place…
El viernes visité el laboratorio y empezamos a hacer planes para ponerlo en marcha. Estaba lleno de polvo, con casi todo el equipamiento retirado en cajas y cajones, y lo que había fuera desconectado. La escena no era alentadora pero el lunes, hoy, ha empezado la limpieza, y poco a poco todo irá teniendo un sitio. Nos faltan cosas básicas (de eso ya hablaré, a ver si alguien se anima a contribuir) pero lo primero es que seamos capaces de creernos que podemos hacer algo, con lo que tenemos y con lo que sea que pueda venir, así que vamos a hacer que esto parezca un laboratorio antes de hacer nada más.
Y esto ya es muy largo, así que ya os contaré más en otra entrega. Si tenéis curiosidad por algo en concreto no tenéis más que preguntar.
Surprise, surprise, la conexión no es suficiente para subir un simple post, así que cuando leáis esto no va a ser lunes…
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