El asunto sobre el que escribo hoy es algo a lo que no me acostumbré en los dos años que viví en Inglaterra y que, pese a llevarlo mejor durante mi estancia en California, tampoco llegué a controlar muy bien. Me seguía quedando con la palabra en la boca, girándome en medio de un pasillo o una escalera, parándome para entablar una conversación, aunque fuera breve, cuando la otra parte ya estaba de espaldas, metros más allá, ajena a la cómica escena que debaja tras su estela.
Un estudiante de doctorado alemán muy avispado y altísimo lo describió de un modo que me pareció muy acertado y me hizo sentir un poco menos tonta, o al menos más acompañada, por todas las veces que caí en el error. Lo describió algo así como una fórmula de salutación, que no un iniciador de conversación, mientras hablabamos de diferencias culturales que pueden llevar a malentendidos sin haber mala intención por parte de nadie.
El anglosajón hello, how are you? Se traduciría literalmente como un Hola, ¿cómo estás? “¿y qué tiene eso de raro?”, diréis. Pues así, de entrada, nada, pero cuando tienes en cuenta que en el noventa y nueve coma noventa y nueve por ciento de las ocasiones no tienen ningún interés en saber cómo estás y, como describo más arriba, aún no han acabado la frase y ya están a metros de distancia, la traducción no literal pero más correcta para un castellano parlante se quedaría en un Hola, y punto.
Como digo, no es cosa de enfadarse, si no de acostumbrarse. Donde fueres haz lo que vieres, y no hay mucho más que trillar. Lo malo es que el asunto se ha complicado un nivel más al venir a esta antigua colonia británica ahora dejada a su buena fortuna por el gran imperio, donde el lío de la fórmula se mezcla con el hecho de que es segunda lengua y, como a todo hijo de vecino, la lengua local impregna a la ocupante haciendo surgir combinaciones a veces llamativas, y se le añade el aderezo de que aquí soy la musungu. Cuantas veces más me pasará lo de ayer…
De repente la chica a la que adelantaba por el camino, que parecía llevar su vestido de fiesta de guardar al igual que sus acompañantes – era lunes de Pascua –, se pone a mi altura. Me mira. Mira hacia atrás. Sigue a mi altura.
- Hello, how are you?
Sin mirarme, claro, y quedándose un poco atrás, pero es obvio que me lo dice a mí.
- I am fine, thank you, and you? – digo tratando de que mi voz salga más allá de mi garganta y girando la cabeza para hacer un mínimo de contacto visual, si no directo a los ojos sí al menos para incluirla en el espacio físico donde se estaba dando la conversación.
Risas, se tapa la boca, se va hacia atrás hablando entre risotadas con sus compañeras de camino que están a medio metro de mí. No se corta un pelo: se está partiendo de risa. Parece estar comentando la jugada, pero no sé si se ríe de vergüenza, o porque venció esa vergüenza, o porque le he contestado, o porque tengo un acento muy raro, o porque una de las dos, o ella o yo, debe ser marciana…
En los pocos días que estuve en España antes de venir a Uganda me dió tiempo a comer en casa de una buena amiga en Barcelona. Nos conocimos en Italia, de manera basatnte random, donde ella vivía en aquel tiempo y donde encontró para mí la buhardilla en la que escribí mi tesis. De postre, a escasos metros de la Sagrada Famlia, me comí un Bacio, un bombón italiano que viene envuelto con refrán escrito en cinco idiomas.
Los amigos son esas raras personas que te preguntan cómo estás y luego escuchan la respuesta.
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