Habrá quien lo vea una exageración, pero llevo aquí un mes y ya es como si llevara toda una vida. No me malinterpretéis, no soy como George Clooney en Up in the air con su teoría de la mochila emocional minimalista. A esta nómada le cuesta poco empacar pero le cuesta mucho dejar atrás a las personas que se han hecho un hueco en su vida: no es que haya hecho borrón y cuenta nueva, sino que me he acostumbrado a pasear por estos lares llevando en mi mochila a un porrón de gente - por suerte. El caso es que últimamente se me ha secado la inspiración: tan familiar es todo que no sé qué contaros que pueda resultaros entretenido…
Después de la visita de octubre ya sabía que las zapatillas negras no iban a ser buena idea pero, qué le voy a hacer, cuando las compré no sabía que iba a acabar aquí y todo lo que me interesaba era que eran el mismo modelo que tan buenos resultados me había dado el año anterior – me gustaban mucho más las viejas, grises, que estas –. El paseo de ida y vuelta al trabajo, unos días embarrado y otros muchísimo más embarrado, y los paseillos hasta el pueblo para comer, han dejado mis pobres deportivas hechas un cromo.
Poco a poco me tropiezo menos de camino al trabajo y voy mirando el suelo un poco menos. Hasta he sido capaz de recargar el móvil mientras caminaba un par de veces sin darle una patada a alguna piedra del camino. Sigo rechazando bodas y oyendo musungu a gritos o en susurros, pero me da la sensación de que la gente se va acostumbrando a verme por aquí, al menos en el super y en el bar. Siguen, sin embargo, interpretando que pido un trato de preferencia cuando lo único que hago es preguntar cómo se hacen cosas tan simples como abrir una cuenta en el banco. Aquí las señales y las instrucciones brillan por su ausencia tanto en las carreteras como en las oficinas de servicios, y por mucho que todos nos creamos que las cosas se han hecho así en todas partes de toda la vida, cada vez que una cambia de país toca aprender de nuevo toda la parafernalia burocrática asociada a un sistema diferente.
No fue el motivo de la mudanza, ni mucho menos, pero la decoración del despacho no motivaba mucho que digamos…
Me he acostumbrado a que las urracas me despierten veinte minutos antes de que suene el despertador y a ir encontrando (y limpiando) los regalitos que me dejan los guecos en los azulejos del baño. Me he acostumbrado a esquivar la piscina que se nos ha formado en el camino al otro lado del valle y a saltar el pequeño grand canyon que las torrenteras de agua post-tormenta están surcando frente al hospital. Me he acostumbrado, sin que eso la haga más cómoda, a escabullirme dentro de la mosquitera cada vez que me voy a dormir, igual que me acostumbré a escalar hasta la cama en la caravana. Me acostumbré a mi oficina, digo, a mi despacho, pero por fin conseguí mudarme a un cuarto dentro del laboratorio. A abrir la puerta del laboratorio no me he acostumbrado – aunque ya le he pillado el truco y sé dónde he de poner el pie para hacer palanca - ni quiero hacerlo. Cambiar el sistema de cierre va a ser una de las primeras cosas que hagamos cuando consigamos dinero de alguna parte.
Me he acostumbrado, también, en contra de mis principios, a que aquí no hay más separación que orgánicos y no orgánicos – me he acostumbrado pero no me he resignado, sigo maquinando a ver si consigo hacer algo al respecto –. Me he acostumbrado a tener el ordenador conectado a la luz siempre que hay para mantener las baterías al máximo y poder seguir trabajando en la multitud de ocasiones en que nos quedamos sin suministro. Me he acostumbrado a tener siempre algo de comer que no haga falta cocinar por si llegada la hora de los preparativos nos quedamos sin corriente. Me he acostumbrado a mirar al cielo y ver venir la lluvia, a sentir la humedad y ver venir la lluvia, a notar el aire caliente y ver venir la lluvia, pero eso no tiene mérito, porque la lluvia siempre acaba viniendo: el pronosticador se puede ir de unas pocas horas, pero no de mucho más.
Pero por mucho que me acostumbre a todo me sigue saltando de vez en cuando a la cabeza la idea de que a menos de una hora de mi casa está el hogar de los regordetes hipopótamos, los cornudos búfalos, los tranquilos elefantes, los esbeltos antílopes, los sigilosos leones, y tantas otras criaturas que solían formar parte de lo que solo conocía a través de los documentales de la 2 y que ahora son mis vecinos... Por mucho que me acostumbre a todo me siguen dando corrientes cuando pienso en la confianza que han depositado en mí, en que de repente me encuentro con tanta responsabilidad en las manos, cuando en otras latitudes todo a lo que podía aspirar era a volver cuatro años atrás y volver a empezar, o tirarlo todo por la ventana… Por mucho que me acostumbre a todo me sigue pareciendo un éxito sin parangón cada día que pasa y los musulmanes celebran sus ritos diarios en el bloque que hay detrás del mío y los cristianos ensayan sus cánticos en el bloque que está al otro lado, y cuando hay un evento algo más oficial invierten un minuto al principio y otro al final rezándole cada uno a su dios desde la misma sala y compartiendo el mismo deseo de corazón de que cada cuál se sienta a salvo al amparo de aquél a quien rece…
¿No te ibas a comprar unas botas? Ante tanta lluvia no creo que tenga mucho que ver el color de las zapatillas. Anda, búscate unas buenas botas....
ResponderEliminarBesicos
mami