domingo, 15 de abril de 2012

Mirando por la ventana

Ya es domingo otra vez y me voy a pasar el día en casa porque desde que empezó a llover anoche parece que solo ha parado algún ratillo para coger fuerza. Mientras no me quede sin luz no me quejo. Por algo está todo tan verde…
Ayer, sin apenas planearlo, pasé el día yendo y viniendo a Fort Portal, una ciudad a unos 200 Km al norte de Ishaka, donde un colega professor había sido invitado a dar una charla sobre la incidencia de la hepatitis. Estábamos el viernes por la noche hablando del curso de biología molecular que estamos organizando para septiembre, montando el nuevo blog y comentando los detalles, y antes de irse – estábamos en mi casa – me comentó que tenía que ir y no le hacía ninguna ilusión darse la paliza de conducir él solo. Me preguntó qué hacía yo el sábado y en dos minutos tenía planes hechos para el día siguiente.
Fue un poco paliza. Son menos de tres horas en coche y la mayor parte de la carretera está muy bien pero, caramba, las partes que no están bien, están fatal. Entre las exageradísimas bandas sonoras y speed bumps que pueblan cada travesía y los 5 ó 10 Kilómetros – imposible calcular ajustadamente, se me hicieron eternos - que hay llenos de socavones, llegué a casa con los riñones molidos.
Para llegar a Fort Portal hay que tomar la misma carretera que para ir al Queen Elizabeth National Park. Poco después de salir de Ishaka por el extremo norte la carretera atraviesa unas contradictoriamente hermosas plantaciones de té, entre las cuales se encuentran las que son propiedad del dueño de KIU (o sea sé, el gran jefe). Las suaves curvas de las colinas ocupadas por cientos y cientos de plantas de té apretujadas unas a otras, con la separación justa entre una línea y otra para permitir el paso de los recolectores, presentan un verde exuberante en estas húmedas tierras. Es un espectáculo precioso, y eso que yo soy medio ciega para los tonos de verde – eso lo descubrí con el powerpoint. El por qué se dedican tantas hectáreas al cultivo de una planta de la que solo se saca un brevaje que es un lujo al alcance de gente pudiente cuando el país se las ve y se las desea para alimentar adecuadamente a gran parte de la población es lo que, bajo mi punto de vista, hace el disfrute por la estética un tanto contradictorio. Sigue siendo un paisaje hermoso a pesar de todo.
Tras pasar unos cuantos pueblos llegamos a la zona donde la carretera abandona la cordillera para bajar a la savana sabana (perdón, se me ha colado el Spanglish). He visto pocos lugares en el mundo cuya belleza se pueda comparar a esas vistas. Recuerdo que ese pedazo de carretera me impactó cuando fuimos hasta el parque en noviembre del año pasado. El privilegio de la altura concede a quien se molesta en mirar por la ventana el placer de observar el manto verde claro de las zonas abiertas salpicado de verde oscuro allí donde las acacias ganan terreno a la abierta sabana. Yo soy una experta en mirar por la ventana, como dijo Kafka, sin buscar nada. Ayer, en cambio, sabía que, si miraba, pronto encontraría algo.
Es fácil entender por qué Denys Fynch Hatton no dejó de dar vueltas en su avionetilla hasta que se estampó pese a tener a Karen Blixen esperando en su granja a los pies de las Ngong Hills. Las vistas de la llanura ya son premio suficiente, pero apenas llegamos a la llanura y acabamos el trozo de carretera mala – porque en ese trozo lo único que puede hacer una es agarrarse y concentrarse en no marearse – pasamos a formar parte de una sabana habitada. Los antílopes son fáciles de ver, con su perfil grácil y su aire ligero, como si pudiesen cambiar de sitio en cualquier momento con apenas dar un salto, y en cambio se pasean tranquilamente pastando como si por allí no hubiese pasado un león jamás… No tardamos mucho en ver dos bultos oscuros que parecían mucho más grandes que las frecuentes y enormes montañas de arena parduzca que construyen las termitas por estos lares. A unos doscientos metros de nosotros, a la izquierda de la carretera, protegiéndose del ya machacón sol ecuatorial a la sombra de dos acacias especialmente amplias, descansaba una manada de búfalos de agua acompañados por dos bichos de estos grandullones, con una panza enorme y unas orejas desproporcionadamente grandes y móviles, con dos dientes que les crecen enormes por fuera de la boca y con una nariz que parece más bien una manguera de jardín engrosada Risa. Sí, ¡¡¡¡elefanteeeeeeeees!!!!
Aún rodeados de sabana cruzamos el ecuador y pasamos al hemisferio norte, dejando atrás las entradas del parque nacional y a la izquierda la hilera de cráteres por los que hace unos meses subimos en nuestro gran día de safari en coche cutre. El resto de la carretera hasta Fort Portal, pasando por Kasese y la gran fábrica de cemento, no tiene mucho más interés que el de poder contemplar África por la ventana – que no es poco.
Llegamos, comimos, mi colega dió su charla, y nos volvimos. Seguimos charlando, mirando por la ventana, y llegamos de nuevo a la zona del parque nacional. Esta vez vimos un grupo entero de animales con trompa, vale, de elefantes Sonrisa, además de unos cuantos monos babuínos (los de la cara de mala leche), varios antílopes de los que tienen los cuernos curvados hacia atrás y luego arriba (Kob, creo), y un macho adulto precioso de la especie más grisácea (waterbuck), con sus largos y tiesos cuernos (aunque en la guía veo que algunos también los tienen ligeramente curvados hacia arriba), tumbado tranquilamente como aquél que se colocó a la sombra del arbolillo junto a nuestras tiendas de campaña el otoño pasado.
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Esto borra de la mente tantas frustraciones como el partido de fútbol de los viernes por la noche en San Diego.
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1 comentario:

  1. Parece que lo estás pasando en grande, pero estoy con tu madre...pon fotos tuyas que te veamos el careto y si estás bien o no...a ser posible sin hacer locuras, vamos que no hace falta que te subas al elefante... :-P

    besicos!
    Almu

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