Las estrellas de la etapa salvaje del viaje, por gasto, esfuerzo y acumulación de buena fortuna, no pueden ser otros que los gorilas de montaña. Tuvimos el privilegio y la gran suerte de conseguir permisos de último minuto para reastrear al grupo Rushegura, y vaya si lo rastreamos. El golpe que me pegué en la espinilla me ha dejado la pierna hecha un mapa y digna de foto (lo dicho, las fotos, cuando la conexión lo permita), y nos pusimos todos de barro y agua hasta las cejas, pero ver a esas criaturas comportarse con total familiaridad ante nosotros fue algo increible merecedor de todas las vicisitudes sufridas.
Qué manera de babear viendo al pequeñajo retozar sobre la espalda del gran Silver Back (Espalda Plateada)… La nodriza se dejó contemplar mientras se limpiaba las uñas. Los juegos de los jovencillos mientras los mayores remoloneaban en el suelo haciendo la digestión fueron todo un disfrute. La exhibición de poderío del cabeza de familia nos dejó petrificados, aunque luego los guías nos la tradujeron como un mensaje al resto del grupo de que todo estaba bien - a más de uno le dejó el corazón saltando en el pecho un buen rato el mensaje de calma. El momento para derretirse fue cuando la hembra favorita del jefazo alargó la mano para con un gesto que bien podría ser una caricia decirle que ella también se marchaba con el resto del grupo y ya era hora de que él moviese su perezoso trasero. Poco después el pequeño aún por bautizar jugueteó en las ramas hasta que mamá pasó por su lado para seguir al resto del grupo en la migración, momento en que se enganchó a su espalda con toda la soltura que nosotros los primates bípedos somos incapaces de demostrar colgados de una rama. Nos quedamos con ganas de ir tras ellos, pero todos nos conformamos con seguirlos con la vista hasta perderlos, sabiendo que invadir su privacidad una vez al día está ya en el límite de lo que un animal tan susceptible puede soportar, y siendo conscientes de la grandísima suerte que habíamos tenido por poder contemplar semejante escena.
Esa misma tarde nos dimos un paseo por el bosque buscando cataratas y nos cayó encima otro diluvio universal (cuatro días después mis botas aún están húmedas). El día fue agotador y sencillamente memorable. Fue muy agradable compartir un rato de charla al atardecer con parte de la expedición gorila. Unas horas de caminata sobre suelo resbaladizo no dan sino para conocer muy superficialmente a las personas, pero compartir momentos tan intensos abre de alguna manera las vias de comunicación, proporciona un importante punto en común, y hace muy fácil sentir afecto por quienes horas antes eran completos extraños (¿a que sí, Dani?). Más tarde el guarda, a quien ofrecimos una cena y una cerveza por habernos regalado la oportunidad de disfrutar de aquel día, nos ofreció en plan encerrona una cena deliciosa a base de platos típicos africanos con productos frescos de la zona. Qué bueno estaba todo; y qué majo es el muchacho. Seguro que en un par de años la empresa de turismo que montó hace poco es ya todo un éxito. Debí preguntarle si acepta socios; igual encontraba una fuente estable de ingresos de una puñetera vez.
Ya veo que nací treinta años "pronto"(como mínimo)para poder recorrer lo que tu has recorrido. ¡Vaya envidia! ¡Y vaya miedoooo!
ResponderEliminarUn besico
mamá
jaja, la edad no es excusa, mami, que mis compañeros de escuadra estaban más cerca de la tuya que de la mía. En los gorilas conocí a un americano que viajaba con su mujer y una amiga en su "viaje de jubilación". Vale, no le pregunté la edad (hasta ahí me llega la educación) pero más para tí que para mí seguro. Y eso solo es un ejemplo. En el lago me encontré a una señora de Israel que también se acababa de retirar, y en su caso ella misma decía que la edad era un factor. Se acababa de pasear Etiopía y Uganda, y puede que ahora mismo esté con los gorilas ella también.
ResponderEliminar¡un beso!
Bueeeeeeeeeeeno Marta,pues a ver si superamos la crisis,me jubilo y empiezo a perder el miedo....
ResponderEliminarMás besos
mami
jaja, sí, y nos venimos a raftear el Nilo. Hoy había dos americanas de Hawai, madre e hija: la hija en mi bote, la madre en el bote de seguridad rodeando los rápidos y bajando suavemente. Se agarraba a la cuerda que no veas, y alguna vez la hija ha desaparecido bajo el bote y se ha preocupado un poco, pero se lo ha pasado pipa.
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