sábado, 12 de noviembre de 2011

Descansando

La última semana ha sido una locura de vida salvaje, lluvia y barro. De algún modo nos las apañamos para desplazarnos por un país en que la definición de carretera se funde con la de camino de tierra lleno de agujeros, acampamos bajo sol y lluvia y nos mojamos tanto que no nos llegamos a secar hasta que salimos del Impenetrable Bwindi y llegamos a la “civilización”. Si intento hacer un resumen de lo que he visto estoy segura de que me voy a dejar algo importante. Según el momento me vienen a la mente unas cosas u otras: los animales, las personas - del lugar o tan forasteras como yo misma – los paisajes, los medios  (y vías) de transporte…

Acampar entre hipopótamos y jabalíes tuvo su punto y, aunque al principio costó conciliar el sueño, yo creo que fue más el dormir en el suelo y el jaleo que montaba el viento que la compañía. Ver al rey de la selva pasear por la savana haciendo paradas aquí y allá para aparearse con su compañera de viaje fue… sorprendente al comprobar el poco aguante que tiene el gran simba. Los elefantes, que desde la lejanía y la sombra de una terraza hicieron del desayuno algo especial, y desde el barco acompañando a búfalos, hipopótamos y cocodrilos hicieron de aquella una tarde memorable, se dejaron contemplar al borde de la carretera cuando ya se nos acababa la luz, poniendo la guinda a un día de safari de ensueño. Los hipopótamos – sí, los tengo que nombrar otra vez – poniendo banda sonora a nuestros sueños, asomándose por nuestro vecindario, bañándose en el río que nos separaba del Congo o en el canal por el que paseamos en barco ¡qué bonito es ese animal, mare! Los chimpancés, que acomodados en lo alto del árbol no nos hicieron andar mucho para encontrarlos pero sí estirar el cuello para poder observarlos. Los antílopes, los preciosos bushbacks (es lo que tiene aprender cosas en inglés de las que en castellano no he oido hablar en mi vida, que no sé ni nombrarlas, y ahora no tengo conexión para probar con google) y los otros, lo más rojizos cuyo nombre no consigo recordar en nigún idioma, desperdigados por la savana pastando tranquilamente, en posición de alerta cuando la leona estaba cerca, genial estampa bajo el arbolillo que acompañaba a nuestras tiendas (las fotos las subiré cuando encuentre una conexión a internet digna de intentarlo, de momento, creedme, ese bicho era precioso). De las estrellas del viaje mejor os hablo en otra entrada que si no esto va a superar el límite de atención de algunos Risa.

Estos últimos días he estado descansando en el encantador Byoona Amagara, en el lago Bunyonyi, disfrutando de las vistas, la buena comida y la biblioteca - ¡han caido casi tres libros en dos días! Ahora busco iniciar una etapa más tranquila y, con suerte, comprometida con la gente del lugar. En los escasos días que voy a pasar en donde sea que pare no me dará tiempo a ser realmente útil pero, al menos, espero conocer alguno de los proyectos que se están llevando a cabo lejos de esas altas esferas que siempre oigo nombrar asociadas con la misma corrupta palabra…

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