Escribir sobre el proyecto Little angels (Pequeños ángeles) con el que pasé tres días en el lago Bunyonyi sin poder subir fotos me sabe a poco. Si tuviera conexión decente, subiría un video, os diría que los que no llevan uniforme están sin patrocinador y os dejaría en paz. Bueno, no, os añadiría una foto de la habitación que por tres días fue mía y luego sí, os dejaría disfrutar de los renacuajos bailarines. La conexión se ha asustado al intentar subir el video, así que el plan va a tener que cambiar.
El proyecto lo empezó hace alrededor de medio año Duncan, un joven empezando la veintena que, agradecido por las oportunidades que le proporcionó el tener un patrocinador extranjero que pagara sus gastos de escolarización, inició un proyecto para construir una escuela primaria para niños huérfanos y necesitados de la zona del lago Bunyonyi. Y ahí está la escuela, simple y chiquitita, pero dando a los niños la oportunidad de ir al cole. El nivel no es la leche, pero por algo se empieza: al menos tienen un sitio al que ir en el que la gente se preocupa por ellos. La recaudación de fondos ocupa gran parte del tiempo de todos los implicados, incluidos los niños, pero qué se le va a hacer, si hay que bailar con los musungus para ablandar su corazón y su bolsillo, se baila.
A mí me dejaron pasar tres días con ellos, vivendo en casa de una familia, disfrutando de las condiciones de vida habituales de la gente de por aquí: la ducha, un pozal; el baño, un agujero (ambos con su espacio dedicado separado del mundo por paredes, más o menos precarias, pero paredes); la luz, el sol, velas o una linterna; el despertador, los pájaros – el sol ayuda, pero las ventanas son tan chicas que apenas entra); la cocina, un cobertizo frente a la casa; el patio, el huerto de bananas y matoke; y pese a lo cerca que está el agua, cada gota que se usa hay que bajar a recogerla al lago – un ingeniero que se pase por la zona y les diseñe algo para subirla más eficiente que bajar con bidones, please!
Aunque ocupé el puesto de voluntaria, hacer hacer hice poco. La mayor parte del tiempo lo pasé jugando con los pequeños de la casa: hicimos pajaritas de papel (reusando el papel hasta que parecía un trapo), jugamos a las chapas con piedras y, cuando salí a tomar algo con Duncan, por fin con chapas, jugueteamos con la pantalla táctil del ordenador y poco más. En la escuela, media hora de clase de mates y mucho dejarse querer por los angelitos tratando de no generar peleas y de multiplicar las manos que una puede llegar a agarrar con cada dedo. También dimos volteretas pero cuando el calor empezó a castigar y vi que la cola lejos de reducirse se alargaba tuve que dar el alto; los riñones ya no me daban para lanzar más niños por los aires.
Las impresiones sobre Jinja, el crucero al atardecer en el lago Victoria y el rafting en el Nilo quedan para otra entrada. De momento con decir que he vuelto sana y salva del río y que me lo he pasado pipa, vale.